Dorothy M. Johnson - Indian Country

Dorothy M. Johnson – Indian Country

Nos estamos perdiendo mucho western. Mucho y muy bueno, y esto es así porque ya casi nadie lee. El que está escrito es el mejor western que existe, lo afirmo, y, claro, asumo que esto puede ser una idea polémica pero que está basada en la realidad incuestionable de que hubo un tiempo en el que el hombre necesitó mitificar una época, la consquista de un territorio, el establecimiento de una frontera y la creación de un nuevo mundo tras de ella… y no había cámaras de cine para conseguirlo. Se hizo, y muy bien, juntando unas palabras con otras : escribiendo. Son muchas ya las generaciones que han disfrutado del cine y que piensan que las películas constituyen, en sí mismas, obras fundacionales de las historias que cuentan y que elevan, por el simple hecho de filmarlas, a categoría de mito: poniendo un ejemplo algo chusco, pero que viene al pelo, es como si no se valorase el hecho de que la obra de Homero preexistiera a la Troya de Wolfgang Petersen. Y sí que hubo un Homero en el Lejano Oeste, más de uno con una calidad extraordinaria y que en unas ocasiones superaron con creces lo que después se hizo cinematográficamente con sus historias y, en otras, descansan tranquilos en sus tumbas al haber sido, los mitos de los que son autores, tratados con justicia y respeto por el cine. Contaré algún caso notable en torno a todo esto. Por ejemplo se me ocurre recordar que a Liberty Valance no lo mató John Ford usando la pericia en el uso del winchester de John Wayne ; al menos no fue el primero en acabar con la vida de ese bribón que usaba para castigar al prójimo un látigo corto y grueso a modo de prótesis fálica : de llevárselo al otro mundo se ocupó primero una mujer, de nombre Dorothy, utilizando el arma de su talento como una de las más grandes cuentistas universales, a la altura por ejemplo de un Maupassant. Toda una paradoja del western, de la vida misma : una de las visiones más completas, brutal y poética a la vez, del Far West, ese valhalla de los hombres duros y sin afeitar, de los hombres que beben incontinentes y sin agua el más cinematográfico y áspero de los licores, nos la ha transmitido Dorothy M. Johnson, una señora. Y no lo consiguió con una máquina de filmar, sino con una de escribir. Lo hizo en ese relato sobre el sádico Valance, pero también en otros muchos, como ese de tanta resonancia fílmica como Un hombre llamado caballo ; o en La frontera en llamas, un cuento este donde logró reflejar como nadie, con dulzura y ferocidad en grado superlativo, la esencia del territorio mítico que es el Lejano Oeste.

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