Gay Talese

Gay Talese

Gay Talese confiesa que escribe despacio, con una laboriosidad morosa que no se deja acuciar por el plazo de entrega fijado en el contrato editorial, ni sobornar por el adelanto económico recibido : « Siempre sigo dándole vueltas a una frase hasta que llego a la conclusión de que carezco de la voluntad o la habilidad para mejorarla, y entonces paso a la siguiente oración y luego a la siguiente. Al final, eso puede tomar días, una semana entera, reúno suficientes frases escritas a mano como para formar un párrafo y suficientes párrafos como para llenar tres o cuatro páginas de la libreta amarilla ». Entonces, teclea en el ordenador o, mejor, en su Olivetti el texto que escribió a lápiz en el cuaderno ; imprime el archivo o arranca del rodillo las hojas de papel blanco Racerase ; corrige los errores tipográficos de cada plana ; modifica una frase ; repiensa ; se le ocurren nuevas ideas, las encaja y, al cabo, ha rehecho completamente la página mil veces antes de darla por buena. El proceso, lentísimo, queda explicado en Vida de un escritor (Alfaguara, 2012), el libro con el que el periodista se concedió la revancha para, de algún modo, culminar los proyectos que quedaron abortados después de una prolija investigación, embarrancados en el transcurso de la escritura o frustrados por el dictamen de sus editores. Podría semejar un aristocratismo un poco endiosado y absolutamente demodé su apología de la parsimonia en un oficio que siempre atropelló por exceso de velocidad y que hoy arrolla con los megatones de los chillidos instantáneos ; parece una superstición rancia el apego a una máquina de escribir de los años cincuenta, y un antojo patricio su incondicional afición por unos folios que siempre son de la misma papelera y del mismo tamaño, 30 centímetros de alto por 21,5 de ancho. Talese cuida su taller y su prosa con el celo maniático que invierte en cultivar el esnobismo antañón con que acicala su figura : el borsalino o el fedora, en cualquier caso, sombreros que los periodistas lucen en las películas en blanco y negro de los años 30 y 40, los trajes y chalecos cortados a medida en la era del prêt-à-porter, y las puntas del pañuelo de seda asomando en el bolsillo de la chaqueta, último aviso atildado para el posible despiste del espectador. Él mismo admite que su forma de vestir es dictada por el gusto heredado de los tiempos en que su padre, un sastre de Calabria que emigró a Estados Unidos en los años veinte, le confeccionaba la ropa. Sin embargo, no parece haber advertido, o no de un modo plenamente consciente, que a su padre también debe el modo en que escribe.

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Foto : Wikimedia Commons.