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Stefan Zweig (1881-1942)

El Librero Mendel : un episodio de Viena antes y después de la Primera Guerra Mundial

(1925)

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Reinhold Völkel - Café Griensteidl in Viena (1896)

Reinhold Völkel – Café Griensteidl in Viena (1896)

▲ Ilustración : Wikimedia Commons.

Mientras regresaba a Viena, después de una visita en las afueras, fui sorprendido por un chubasco. Azotados por la lluvia, los transeúntes huían debajo de los porches y las marquesinas, y yo también me puse a buscar un refugio. Afortunadamente, en Viena, una cafetería te espera en cada esquina. Me refugié, por lo tanto, en la que había enfrente, el sombrero ya chorreando y los hombros empapados. Por dentro, era uno de esos cafés de barrio, típicos de la tradición vienesa. Nada esplendoroso, como en los cafés del centro, en los que se pretende imitar a Alemania ; siguiendo la moda de la vieja Viena, estaba lleno de gente humilde que consumía más periódicos que pasteles. A estas horas de la tarde, el aire estaba cargado, jaspeado de volutas de humo azul. No obstante, el café tenía un aspecto limpio, con sus banquetas tapizadas de terciopelo y su caja reluciente de aluminio. Con las prisas, ni siquiera me había molestado en leer el rótulo antes de entrar. ¿Para qué, de todas maneras? Estaba sentado cómodamente. Miré impaciente por los cristales cubiertos de vaho, esperando que este chubasco fastidioso quisiera alejarse unos kilómetros.

En mi ociosidad, empecé a abandonarme a la blanda pasividad que emana subrepticiamente de cualquier auténtico café vienés. En este estado incierto, miré una por una a las personas cuyos ojos, en este ambiente lleno de humo y bajo esta luz artificial, se rodeaban de un halo gris enfermizo. Observé a la señorita de la caja, que repartía mecánicamente a los camareros el azúcar y las cucharas para cada taza de café. Somnoliento, medio consciente, leía los reclamos ineptos que cubrían las paredes, y este aturdimiento me procuraba un indefinido bienestar. Pero de repente, fui arrancado de mis ensoñaciones de la manera más extraña. Me invadió una vaga emoción, una cierta inquietud, como si fuera el inicio de un pequeño dolor de muelas, sin que sepamos realmente si viene de la mejilla derecha o de la izquierda, de arriba o de abajo. Sólo sentía una tensión sorda, una preocupación, porque me daba cuenta, sin adivinar por qué, que muchos años antes ya había estado una vez en este lugar, y que una reminiscencia oscura me vinculaba a estas paredes, a estas sillas, a estas mesas y a esta sala llena de humo.

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